Sara Díaz

“Mi objetivo en esta vida es sacar lo mejor de Adrián, ayudarlo a ser feliz e independiente”.

Cuando Adrián tenía dos años y medio, recibimos su diagnóstico de autismo. Recuerdo claramente la fecha: fue el 24 de agosto de 2011. La persona que nos dio el diagnóstico nos dijo que teníamos una ventana de tiempo, y que lo que hiciéramos en los próximos cinco años marcaría la diferencia para el resto de su vida.

Me lo tomé muy en serio y empecé a buscar terapeutas de habla y habilidades sociales para Adrián. Utilicé herramientas como NeuroNet y Teach. Estaba tan enfocada en ayudar a Adrián que me olvidé de mi otro hijo y de mi propia salud emocional. Me di cuenta de que necesitaba una guía para saber cómo ayudar a mi familia. Fue un tiempo difícil en el que tuve que sacar leche en las salas de espera de los terapeutas, o entrar y salir rápidamente.

Durante mucho tiempo, me he atacado a mí misma pensando que perdí el tiempo. Recuerdo cuando Adrián tenía nueve meses y estábamos en una clase de natación. La maestra ponía una canasta de patitos y les decía a los bebés: “metan los patos”. Pero Adrián no los metía. Yo pensaba que quizás no le interesaban los patitos y solo los chupaba. Él no volteaba a ver a la maestra y yo me preocupaba al ver que no seguía las instrucciones, como otros bebés lo hacían. Fue la primera alarma para mí.

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Adrián fue creciendo y también las alarmas, especialmente las de mi esposo Marvin. Me decía: “Adrián no habla, sobre todo no voltea cuando lo llamo”. Pero yo le contestaba: “A mí sí me responde”, y hacía la prueba de llamarlo por su nombre. Adrián volteaba a verme, pero ahora creo que no debí pasar por alto esas señales. Ese sería mi primer consejo para mí misma: haber confiado en mi instinto. En lugar de creer lo que otros me decían, como “cada niño es diferente y evoluciona a su manera”, tendría que haber hecho caso de mis propias alarmas.

Lo llevé al colegio y lo primero que me dijeron es que necesitaba terapia del habla. Buscamos un diagnóstico durante seis meses: neurólogos, pediatras, exámenes… Hasta que finalmente llegó el diagnóstico. Fue duro, pero a la vez aliviador, porque al menos ya sabíamos lo que le pasaba y no tenía que engañarme a mí misma.

No me quedé sentada desde entonces. Adrián es mi orgullo por todo lo que ha logrado. Era un niño no verbal hasta los cinco años y nueve meses. No decía ni “mamá”, que de hecho fue su primera palabra. Ahora es un parlanchín que no se calla.

Como padres, cuesta mucho en todos los sentidos: económicamente, luchando contra la corriente, contra los colegios, los terapeutas, la sociedad y a veces incluso contra la familia. Pero se puede, con una actitud de “voy a superarlo”. Siempre he dicho que mi punto en esta vida es sacar la mejor versión de Adrián, que sea feliz e independiente.

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Adrián fue creciendo y también las alarmas, especialmente las de mi esposo Marvin. Me decía: “Adrián no habla, sobre todo no voltea cuando lo llamo”. Pero yo le contestaba: “A mí sí me responde”, y hacía la prueba de llamarlo por su nombre. Adrián volteaba a verme, pero ahora creo que no debí pasar por alto esas señales. Ese sería mi primer consejo para mí misma: haber confiado en mi instinto. En lugar de creer lo que otros me decían, como “cada niño es diferente y evoluciona a su manera”, tendría que haber hecho caso de mis propias alarmas.

Lo llevé al colegio y lo primero que me dijeron es que necesitaba terapia del habla. Buscamos un diagnóstico durante seis meses: neurólogos, pediatras, exámenes… Hasta que finalmente llegó el diagnóstico. Fue duro, pero a la vez aliviador, porque al menos ya sabíamos lo que le pasaba y no tenía que engañarme a mí misma.

No me quedé sentada desde entonces. Adrián es mi orgullo por todo lo que ha logrado. Era un niño no verbal hasta los cinco años y nueve meses. No decía ni “mamá”, que de hecho fue su primera palabra. Ahora es un parlanchín que no se calla.

Como padres, cuesta mucho en todos los sentidos: económicamente, luchando contra la corriente, contra los colegios, los terapeutas, la sociedad y a veces incluso contra la familia. Pero se puede, con una actitud de “voy a superarlo”. Siempre he dicho que mi punto en esta vida es sacar la mejor versión de Adrián, que sea feliz e independiente.

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